Comparto este gran artículo de Alberto Ayora Hirsch sobre el significado que tiene para él la montaña. Para mi es cien por cien aplicable tanto en el ámbito personal como laboral. 

Reflexiones

Habrá quien opine que este es un articulo trasnochado porque habla de valores y virtudes. O quien lo critique porque ve ilusorio e irreal considerar el deporte como una herramienta de transformación social en el mundo en que vivimos. Tal vez algunos consideren que, reflexionar sobre el valor de la montaña como una escuela de vida, es producto de un romanticismo en decadencia. Incluso, habrá quien piense, que un artículo así no encaja en una revista de montaña, pero en mi humilde opinión quien así piense, creo que no entiende qué es el alpinismo y como nos cambia como personas el sentimiento de la montaña.

En un reciente artículo, los hermanos Pou reflexionaban sobre los pros y contras que van a tener las olimpiadas en la escalada, y lo resumían con esta frase: «Todos los que creemos que lo nuestro es mucho más que un deporte, tenemos nuestras serias dudas sobre los supuestos beneficios que nos traerán».

Sinceramente, pienso que es bueno dudar como hacen ellos y tener espíritu crítico. Creo que, como afirmó Descartes, «la duda es el principio de la sabiduría». O que como decía Aristóteles «el ignorante afirma; el sabio duda y reflexiona». Porque la duda no significa ignorancia, sino simplemente reconocer que no tenemos la plena certeza, ni la total seguridad. Cuando Pascal dice que «el corazón tiene sus razones que la razón no entiende» nos subraya el papel en nuestras decisiones de los sentimientos sobre el entendimiento. Del sentir frente al razonar. De que no siempre encontramos en la razón la respuesta a la incertidumbre. Así que voy a expresar lo que siento, siguiendo los dictados de mi corazón.

Siento que es un tremendo error gestionar y apoyar un modelo deportivo focalizado íntegramente en la competición, el éxito, la fama, las medallas, los premios, los ingresos económicos… Donde no se valoran en su justa medida el esfuerzo, la entrega, la dedicación, las horas de sacrificios… Donde solo se aprecia el «deporte» en base al resultado. Ese «deporte» del ego desmedido. El «deporte sucio» en el que todo vale. El modelo de deporte en que más tarde o más temprano aparece el doping, los engaños y las trampas.

Siento que nuestro Gobierno, el CSD, las federaciones, todos y cada uno de nosotros mismo tenemos que pensar y apostar de verdad por el deporte como forma de vida. Por el modelo deportivo en el que prime su verdadero «sentido» de trascendencia humana. El deporte como escuela de valores y virtudes, que nos ayudan a conocernos a uno mismo, a vivir la vida con autenticidad, a nuestra superación personal.

Sabemos que los valores son cualidades que la inteligencia humana conoce y acepta como algo bueno para uno como persona, y por lo tanto son valorados como positivos y necesarios para la vida. Los valores están orientados al crecimiento personal. Podemos considerar como valores sociales el respeto, la amistad, la cooperación, el trabajo en equipo, la responsabilidad social, la justicia, o el compañerismo. O como valores personales autodisciplina, el autodominio, el autoconocimiento, la autorrealización, el espíritu de sacrificio…

Y siento que hay unos valores mínimos que debemos fomentar, como federación que quiere ser ejemplar en el medio natural: la libertad, la igualdad y la solidaridad.

Sabemos que las virtudes son hábitos buenos que nos llevan a hacer el bien. Son la dimensión práctica de los valores. Las virtudes se aprenden, pero no se enseñan. Las virtudes se adquieren, como la experiencia, en la vida, pero con una disposición que exige esfuerzo. Son virtudes de un buen deportista la lealtad, la sinceridad, la obediencia, el espíritu de renuncia, la fidelidad a los compromisos, la modestia, la generosidad… Y siento que el montañismo que anhelamos y necesitamos está dentro de nosotros mismos, en lo que de verdad somos.

El fútbol, por ejemplo, nos puede enseñar el valor del trabajo en equipo, pero mal trabajado nos va a enseñar a ser unos marrulleros o unos maestros en engañar al árbitro. Es por ello que siempre tenemos que tener presente que la simple práctica deportiva no genera automáticamente valores ni virtudes, sino que es necesario un marco adecuado, un sistema que facilite la promoción y desarrollo de estos valores y virtudes.

Y siento que el modelo federativo actual tiene que adaptarse y promover este cambio. Siento que el CSD se preocupa excesivamente por la competición, los resultados y el medallero. Y siento que debe apoyarse más el deporte como fuente de salud, el deporte como ocio y entretenimiento… Esos «otros deportes» como el montañismo, el senderismo… Esos «otros deportes» que no darán medallas pero que son los practicados de forma masiva por la población en general y en nuestra federación en concreto.

Siento que el que la escalada deportiva sea hoy olímpica es una magnifica oportunidad para que llegue a los más jóvenes, porque el «olimpismo» es un gran dinamizador de toda modalidad deportiva, por los recursos y visibilidad que implica. Y por ello siento que debemos esforzarnos en hacer convivir la escalada deportiva y la escalada como forma de vida. Pero siento que es imprescindible recuperar el espíritu de la Carta Olímpica, que considera el «olimpismo» como una filosofía de vida. Porque nunca debemos olvidar que el «olimpísmo» es una experiencia de vida y una actitud ante la vida, que intenta resaltar el poder transformador de la vida humana fundamentándose en los valores que se generan. El verdadero objetivo del «olimpismo», el fin último, no es ganar medallas, sino poner siempre el deporte al servicio del desarrollo ético y digno del hombre, con el fin de favorecer el establecimiento de una sociedad más justa, más pacífica y comprometida.

Siento que ese «arte de escalar cumbres y paredes», esa forma de vida que es el alpinismo, Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, es algo que debemos respetar profundamente, proteger y fomentar al máximo. Y siento que este arte se practica en un santuario sagrado que es la montaña. Que nos ha regalado una forma de vida a todos los que llevamos años viviéndola, y por la que debemos dar nosotros todo lo que sea necesario para conservarla, lo más inmaculada posible, para las generaciones venideras.

Siento que la federaciones deportivas tienen que ser sobre todo una escuela de valores y que los clubes son el vehículo fundamental de conexión entre el medio natural y estos valores. Que nuestra «familia de la montaña» hay que mimarla y seleccionarla. Que nuestros compañeros de club o de cordada, son más que amigos, y no deben ser solo un almacén de valores sino que deben ser transmisores de ellos. Siento que hay que promover la práctica de los deportes de montaña y escalada en la edad escolar, pero siempre enfocando el deporte con un fin educativo. Si se prima la aptitud sobre la actitud, la técnica sobre la predisposición… el deporte deja de ser educativo. Por ello el trabajo del GUÍA, del maestro, del educador…debe ir a buscar el autoconocimiento, a potenciar el diálogo en la solución de conflictos, a fomentar la participación de todas y todos, aprovechando el fracaso como elemento educativo, resaltando siempre el respeto y la aceptación de las diferencias individuales. Dando más valor a la persona que al atleta. Viviendo con ellos el camino y no centrándose en el resultado.

El próximo 12 de diciembre tendremos elecciones en la FEDME. Por primera vez en casi 30 años, los 98 miembros de la Asamblea General tendrán que elegir probablemente entre varias candidaturas, al amparo de un sistema electoral que deja únicamente en sus manos esta trascendental decisión. Estas personas serán quienes decidan su destino, pero sobre todo nuestro destino como montañeros. Siento que va a ser un día clave. Siento que no se va a elegir un nuevo presidente de una federación de federaciones, pero sí a un líder que esté dispuesto a servir y renunciar. Siento que se va a elegir si se está dispuesto a luchar y esforzarse al máximo por unos ideales, por escalar una montaña de valores y virtudes, donde la victoria no va a estar asegurada, donde no va a haber recompensas, pero donde seguro que se va a obtener una profunda satisfacción personal por el trabajo realizado, y el resultado de ser mejores personas.

Porque siento que aprendemos a ser humanos incorporando valores a nuestra existencia. Siento que pensar en los demás implica ser austero consigo mismo. Que en la montaña construida con valores no se vence, se convence. Que el objetivo último de un líder es ser prescindible, y que debe ser capaz de generar un liderazgo compartido. Que las personas cuando tienen ideales valiosos, convicciones morales, voluntad de desarrollar las posibilidades de su ser, tienden a unirse y cohesionarse como grupo, como equipo. Y que cuando no hay cohesión interna, ni ideales comunes, lo que tenemos es un montón amorfo de individuos, una masa, que siempre es fácilmente manipulable y manejable por los poderosos. Una masa que pierde su principal valor: LA LIBERTAD.

Por Alberto Ayora Hirsch